Recordar es volver a vivir.
Para algunas culturas les sería imposible celebrar un día relacionado con la muerte como lo hacemos en México, y sobre todo con ese punto lúdico que lo caracteriza. Pero nuestro ritual festivo no es porque nos parezca linda la muerte o el hecho de que algún ser querido se nos vaya, es principalmente para recordar con cariño a las personas que se han ido y que a partir de este ritual, puedan visitarnos y puedan convivir con la familia como cuando lo hacían en vida. Dicho así, sin “profundidad” quizás suene a un ritual satánico donde lo más práctico sería conseguir una ouija familiar y simplemente se pueda llamar al espíritu indicado para que se manifieste nuevamente en este plano. Pero ojo, no estamos hablando de brujería ni de religión judeo-cristiana, ni de pretender hablar literalmente con nuestros muertos de esa manera y mucho menos de traerlos a la vida como si quisiéramos que su espíritu poseyera algún cuerpo inerte o vivo, aunque sea por un rato para volver a charlar como cuando lo hacían al estar con nosotros ¡Vamos, que no estamos hablando de zombies ni brujas ni nada parecido para este ritual!
Es ante todo una celebración a la vida, por muy contradictorio que parezca. Es para que los vivos recordemos y celebremos con honor lo que nuestros seres queridos nos aportaron mientras estaban en La tierra acompañándonos. Y por si fuera poco, el agradecimiento y ritual nos hace tomar en cuenta lo terrenal e “imperfectamente humano” de la persona o las personas a las que se citarán en la ofrenda. Por lo tanto, hay un punto donde quitamos un poco de connotaciones solemnes, heróicas o de actos sublimes que convierten a la persona difunta en un ser superior, glorioso e iluminado. En la ofrenda le pondremos su foto, algo de fruta, veladoras, flores de cempasúchil, incienso, agua, sal, calaveritas de azúcar, papel picado etc. Pero no puede faltar lo que al difunto le hacía feliz en vida, importándonos “un pepino” si incluso en su momento esto le hacía daño. Pues nos tomamos el atrevimiento de ponerle su licor favorito, su platillo favorito, el tabaco que fumaba, alguna cervecilla, o lo que sea que al llegar al altar que le hemos puesto le haga feliz esa noche. Por otra parte, la fiesta se llena de colores e identifica mucho lo pictórico, místico y festivo que es México normalmente. Pues en casi todos los panteones hay flores, música, bebidas, comida y es un punto de encuentro para la familia, incluso conviviendo con otras familias durante la velada del 1 y 2 de noviembre. Se llenan de colores los ataúdes y se les recuerda con mucho cariño y con sentimientos encontrados sin duda. Incluso con mayor potencia si dentro del festejo hay mariachis o música de banda, que además es música que va pasando de generación en generación.
Cuando la gente nos pregunta sorprendida ¿Cómo es que los mexicanos celebran la muerte y además es a modo de fiesta? Se entiende de alguna forma la preocupación, porque a simple vista parece que nos burlamos de la muerte y del duelo que las familias puedan pasar cuando se pierde a alguien. Ya les digo que para nada es así, también dentro del sincretismo prehispánico y judeo-cristiano mexicano, se hace algún rezo y según sean las creencias de la familia, en el altar se coloca algún santo al que se le tiene devoción pero al mismo tiempo se conservan los elementos prehispánicos que componen la ofrenda de día de muertos. Tenemos por un lado las flores de cempasúchil, palabra proveniente del náhuatl “cempohualxochitl” que significa 20 flores o varias flores. Esta flor se coloca en un camino que lleva al altar y es un elemento que sirve de guía a nuestros muertos, así como las veladoras. Por otra parte, el copal o el incienso, se utiliza para librar el espacio de malas vibras y los malos espíritus. No vaya a ser, como decimos en México, que se cuele un espíritu chocarrero que no es bienvenido. Y por último el delicioso pan de muerto, que se le llama así porque es un pan de mantequilla y azúcar que en la parte superior tiene una cubierta de pan en forma de cruz pero que no significa la cruz de cristo precisamente, sino más bien son dos huesitos que aluden al cuerpo. Así mismo, para dar más color y para ofrecer un banquete exquisito a nuestros muertos, se añaden las calaveritas de azúcar, el papel picado, los platillos, la fruta, el agua y la sal, que esta última sirve para purificarlos y que no se corrompan en su viaje de ida y vuelta.
Como ven, este ritual tiene muchos elementos que dan sentido a nuestro imaginario colectivo, en parte religioso y mítico y en parte pagano, que se vuelve ante todo, una fiesta alegre y una consciencia de la vida y la muerte sin juicios ni connotaciones negativas ante este hecho natural y sobre todo para recordar a nuestros muertos con todo el cariño y respeto que les tenemos y para apreciar y disfrutar plenamente nuestra propia vida.
José Pescina